¿Cuándo se debe notificar RAMS?

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  Para el caso de profesionales de salud e instituciones prestadoras de servicios de salud pública y privada Para las reacciones adversas “no serias” se debe notificar en un máximo de 10 días hábiles a partir de la fecha en que se identificó el evento adverso. Para las reacciones adversas serias (graves) o amenaza de vida, inesperados, medicamentos de reciente comercialización y medicamentos de reciente incorporación a los listados institucionales se debe notificar en un máximo de 72 horas a partir de la fecha en que se identificó el evento adverso. Para los casos de “muerte” (incluye aquellos por causas no especificadas), se debe notificar en un máximo de 24 horas a partir de la fecha en que se identificó el evento adverso.  

errores de diagnostico: dato estadistico e impacto humano.

Por diversas enfermedades, cientos de pacientes pasan por la misma situación de la Presidenta. Por qué los análisis no son infalibles. Historias de falsos positivos y negativos. Por Deborah Maniowicz. 
Estaba asustada y ansiosa. Tanto, que llegó a pensar que se había vuelto paranoica y sobreprotectora. Cuando Luciana Escati Peñaloza tocó el timbre de la doctora Marina Orsi, casi no tenía fuerzas. Llevaba un año y medio recorriendo consultorios con su hija Juana, en ese momento de 8 años, y escuchando que la nena tenía desde un esguince en el tobillo hasta artritis reumatoidea infantil. Cada diagnóstico, además, iba acompañado por un tratamiento equívoco, lo que implicaba que Juana fuera medicada inútilmente. Finalmente, Orsi logró dar con la definición precisa: colitis indeterminada. “¡Por fin algo coherente después de tanta angustia!”, se desahoga Luciana. 

El impacto psicológico de un cambio de diagnóstico resulta evidente. Implica asimilar una nueva realidad y transmitirla, a veces con alegría y otras con tristeza, a los seres queridos. Pese a que en muchos casos el diagnóstico final puede implicar un peor pronóstico para el paciente, todas las personas consultadas coincidieron en que lo fundamental fue el alivio que genera saber que uno está siendo bien tratado.
El falso positivo en el diagnóstico de “carcinoma papilar en el lóbulo derecho de la glándula tiroides” de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner conmocionó al país y dejó en evidencia una realidad que enfrentan cientos de ciudadanos, afectados por diversas patologías, algunas serias y otras no tanto .

“Los falsos positivos son muy comunes. Probablemente, el paciente que acaba de salir de mi consultorio tenga uno”, cuenta Enrique Casal, especialista en medicina interna y director de la Casa Médica Centrada en el Paciente. “Los errores en los diagnósticos son previsibles en casi cualquier procedimiento y en la mayoría de los casos conviene repetir los estudios –reflexiona–. Por ejemplo, para detectar diabetes o puntualizar el nivel de colesterol, no basta con hacer un estudio y siempre es necesario pasar por dos laboratorios. En el caso del cáncer, lo mejor es hablar de ‘probabilidad’ hasta que pase la operación. Es una imprudencia afirmarlo antes.” 

A mediados de 2011, Matilde sufrió mareos, pérdida de orientación y desvío de la vista. Lo que en un primer momento parecía un accidente cerebro vascular (ACV), resultó, luego de varios estudios complejos, una malformación en el cerebelo. La imagen entregó un pronóstico cruel y apresurado: tumor que podía ser maligno. Marcos y Raúl, sus hijos, apelaron a la interconsulta médica para estar seguros del diagnóstico. Acudieron a una de las llamadas “eminencias” en la materia. Otra vez la sentencia: tumor maligno de gran tamaño, pero por suerte, extirpable. Hasta el momento de la intervención pasaron dos semanas. “A la incertidumbre hubo que sumar los engorrosos trámites con la obra social, para la obtención de la placa metálica que reemplazaría parte del cráneo. Con el correr de los días, nos hicimos la idea de que podían ocurrir dos cosas: o mamá se quedaba en la camilla, o en el mejor de los casos, tendría una sobrevida sin esa cosa oprimiéndole el cerebro”, relata Marcos. 

La espera a las puertas del quirófano duró ocho horas. Al final, el cirujano abrió las puertas con una sonrisa: esa masa de forma esférica y algo más chica que una pelota de tenis, había sido examinada por el patólogo, quien aseguraba su benignidad. La evolución de la paciente, de 72 años, fue inmediata: su mirada volvió a la simetría original, pero faltaba la biopsia de rigor. La familia había sido tranquilizada a las puertas de la sala de operaciones. Hubo que esperar otra semana para contar con los papeles, que dictaminaron que todo había sido un largo susto. 

En cuanto al shock que estas situaciones pueden producir en el paciente y en su entorno familiar, el psicoanalista y director de la revista Topía, Enrique Carpintero, explica que “es diferente en cada persona y depende de cada pronóstico. No es lo mismo que a uno le digan que tiene cáncer o que el falso positivo implique que en realidad no lo tiene. El gran problema es querer dotar a la medicina de una suprema cientificidad. Y esto suele trasladarse al paciente, que cree en la omnipotencia del doctor. La medicina está basada en estadísticas y no en leyes exactas”. 

Si bien no se puede precisar en qué porcentaje se dan los falsos negativos o positivos, Casal considera que cada vez son más frecuentes. El especialista atribuye el incremento de casos a que “han aumentaron los métodos diagnósticos. Por ejemplo, el uso de la ecografía transvaginal es innecesario porque no reduce la posibilidad de tener cáncer de ovario y al mismo tiempo las mujeres empeoran su pronóstico porque son sometidas a intervenciones por nódulos y quistes benignos que no tienen relevancia desde el punto de visto de su salud.
Lo mismo sucede con la ecografía carotídea, que no tiene una indicación preventiva. El sobrediagnóstico nunca es recomendable, porque pone en evidencia diagnósticos que no tenían incidencia clínica”. 

En 2006, Isabel quedó embarazada de su primera hija, Ámbar. Con la ansiedad y los miedos típicos de una madre primeriza asistió a cada control médico en compañía de su marido. Cada resultado era un motivo de alegría y festejo. Pero al séptimo mes las cosas se complicaron. El análisis de toxoplasmosis, que había dado negativo en el primer trimestre, dio positivo e Isabel pensó que se le venía el mundo abajo. “Me angustié muchísimo porque entre los trastornos que puede provocarle al bebé figura por ejemplo la ceguera. Me puse paranoica y empecé a buscar todos los detalles de la enfermedad en Internet y a leer todos los foros que había sobre el tema”, recuerda. 

Después de medicarla para disminuir las consecuencias en el feto, el médico le recomendó a Isabel consultar con un especialista en infecciones. El experto repitió el análisis y determinó que la enfermedad no había sido contraída durante el embarazo, sino antes, con lo cual el peligro para el bebé se diluía. El primer resultado era un falso negativo. “Al enterarme me volvió el alma al cuerpo”, sintetiza Isabel. 
Para Harry Campos Cervera, médico psiquiatra y psicoanalista de APA, la principal consecuencia de estos diagnósticos erróneos es la desconfianza hacia el sistema médico: “El paciente deposita toda su confianza en quien tiene el control de su salud y si hay un error, la desilusión es enorme. El sistema queda cuestionado y por más que el nuevo diagnóstico resulte positivo uno se mantiene escéptico y sale a buscar una tercera opinión que desempate. Volver a confiar en la medicina requiere tiempo y no siempre se logra”.
Revista Veintitrés, 13 de enero de 2012.

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